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17 ene 2009

El juego infinito

Arturo Xicoténcatl y Fernando Islas
Le llaman el deporte-ciencia, pero el ajedrez es un juego que requiere de estetas. “Demasiada ciencia para ser juego y demasiado juego para ser ciencia”, decía Leibniz, un científico con voluntad de artista. No obstante su cercanía con la estética, el ajedrez contine todos los elementos de la guerra e irradia una gran lección: pensar antes de actuar, lo que de cualquier manera no garantiza el éxito. Es, en definitiva, una disciplina agonal cuyas batallas frente a un tablero de 64 cuadros solamente proyectan alegorías. Y ese espacio de desarrollo, compacto, limitado a 32 piezas y dos colores rivales, se disgrega hacia el infinito. El origen del juego de ajedrez se pierde en los albores de la historia. En su célebre poema sobre el juego, Borges anota: “En el oriente se encendió esta guerra/ cuyo anfiteatro es hoy toda la tierra”. Sus raíces probables se ubican en Arabia, Persia, India o China. Hace mil 500 años se le conocía como Chaturanga y lo podían jugar cuatro personas. Del Asia central se propagó a Rusia y Europa -en el año 800 DC llegó a las costas del Mediterráneo- se le conoció como Shahmat, vocablo mezcla de persa y árabe cuyo significado es muerte al rey adversario. El siempre milenario juego, que es una simulación de la guerra, evoluciona y se fortalece durante la Edad Media. El rey Alfonso VI de Castilla lo protegió en el siglo XI. Y sí, en la actualidad es un juego-ciencia y deporte que estimula la inteligencia, la memoria y la creatividad. El ingeniero Alfonso Ferriz fundó en 1970 la Escuela Nacional de Ajedrez (ESNAJ) casi por accidente. “Fue por un asunto personal, en realidad. Juan José Arreola quiso poner un club en la calle de Varsovia y nunca tuvo dinero, así que le puse unas diez mesas, pero después todo terminó. Arreola era un genio, pero era un pésimo administrador”, refiere. “Así que después esas mesas las presté a otros clubes, incluso a un hotel, hasta que llegó el momento de abrir mi propio espacio.” La ESNAJ, con sede en Laurel 33, en la colonia Santa María la Ribera, cuenta con una biblioteca de ocho mil libros sobre el tema e imparte diversos cursos. Sobre esa enseñanza, Ferriz advierte: “Estoy convencidísimo de que los niños son los que le sacan verdadero provecho al ajedrez, o muchachos de 14 a 18 años, digamos que los que van de la secundaria a la preparatoria”.
Para los adultos interesados en acercarse por primera vez al ajedrez, Ferriz dice que la única diferencia que surgirá es que la personas mayores no lograrán el título de Gran Maestro. Aún así, éste es un juego para pasar el mejor de los ratos. En ámbitos mucho más terrenales, “el ajedrez es la única manera civilizada de hacerle la vida imposible al prójimo”, le gustaba decir a Luis Ignacio Helguera.

Siglos antes del esplendor de la dinastía de los Sasánidas, el brahmán Sissa, hombre de frente amplia, ojos con la profundidad del mar, aguda inteligencia y alada fantasía, fabricó con lascas, trozos de madera y barro el mágico universo de la combinación. Le dio un toque de eternidad e infinitud. Lo mostró al rey Shirham. Deslumbrado por las hermosas e infinitas combinaciones, deseó compensar al inventor. “Pídeme lo que quieras”. Sissa pidió un granito de trigo por la primera casilla, dos en la segunda, cuatro en la tercera y que se le duplicara sucesivamente en cada una de las 64 casillas. La cifra astronómica es 18,446,744,073,709,551,615. No hay tal cantidad de granos de trigo en la Tierra. Según el físico Yákov Perelman, se requiere un granero de 4x10 metros y más de dos veces la distancia de la Tierra al Sol.

Fuente:http://www.exonline.com.mx/diario/noticia/adrenalina/ajedrez/el_juego_infinito/476696

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